Sin embargo, al parecer, no estuvieron preparados para la aparición de aquella mujer, de edad madura que los detuvo en seco para reclamarles con la autoridad que al parecer le daba el rango de tía de la bella adolescente. Al menos, eso sí que se entendió del primer intercambio de gritos, por un lado, y de voces conciliatorias, por el otro, que crepitaron en el primer round. Mengano retiró la mano de los hombros de la bella, en tanto, la bella miraba pálida y sorprendida a la mujer que los habían intervenido. “Esto se termina ahora”, repitió varias veces la tía como para que no quede ninguna duda en nadie “No podía ser, no podía ser”. El hombre no atinaba a decir cosa alguna. Solo la bella que hablaba algo del amor lograba intercalar alguna frase en medio de la catarata de prohibiciones con la que los ahogaba la tía. Para ese momento, algunos curiosos ya habíamos perdido la cautela y las buenas costumbres de no escuchar problemas ajenos y simplemente espectábamos el asunto con toda la frescura posible. Logramos entender que la bella tenía padres vivos y parientes estratégicamente distribuidos por Miraflores. Supimos que el hombre había conocido a la bella en algunas clases de teatro (o sea que actorcito el tío, pensamos muchos, bohemio y pendejito, consumidor de viagra y roba cunas). Entendimos que la bella tenía el DNI recién hacía algunos días y que incluso el padre era algo más joven que aquel hombre que ahora parecía abochornado. “Esto se acaba ahora o lo arreglamos en lo judicial” arengó finalmente la tía con un aire de amenaza contundente en sus palabras, con la seguridad de quien se conoce de tú a tú con alguien poderoso. Una lluvia – menuda y ridícula, como siempre – comenzó a caer y cosquillaba en los rostros pues el viento seguía corriendo imperturbable.
Cuando ya todo parecía dicho y la tía estiraba el brazo para coger la delicada mano de la bella, en una escena a la que solo le faltaba un fondo de película india, (porque eso sí, a la bella solo le faltaba un poco de escenografía para enmarcar su hermosura oriental) algo iba a cambiar el rumbo de esa historia. Repentinamente, la joven lanzó la noticia que nos paralizó a todos, que ya éramos partícipes de aquel guión de telenovela. La noticia que no solo dejó petrificada a la tía, sino que mejor aun, desacomodó casi hasta el desmayo al hombre que hasta allí no había dicho esta boca es mía. Porque, ciertamente, que alguien te avise, así, de repentino, que estaba embarazada y que lo iba a tener y que nada ya los iba separar, te deja como mínimo, estupefacto.
Todos nos miramos con la misma sorpresa: anonadados. La tía bajó la mano. La bella cogió el brazo del hombre y lo colocó sobre sus hombros. La bufanda del enamorado ahora no lucía con prestancia, sino algo confusa. Seguramente la historia iba a tener más capítulos en donde ya no íbamos a estar.
Por ahora, la cosa terminaba con la bella alejándose con su veterano amor; la tía retirándose aturdida por el impacto; con nosotros abriéndonos a nuestros caminos con una sonrisa socarrona. Lo cierto que cuando vimos a la pareja regresar sobre sus pasos por la ya casi oscura alameda de la av. Pardo, el hombre parecía casi un anciano de pasos cansados.