Por Danny Barrenechea
París Personal & El cielo de Capri de Marco García Falcón o la inexorable soledad de los viajantes
“Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?”.
La flor de Coleridge-Jorge Luis Borges
Hace unos días, mientras caminaba presuroso por llegar a la guardería de Sofía, de pura inercia, revisé la hora sujetada a mi muñeca y reparé con que iba casi media hora de ventaja, así que decidí sentarme en una banquita libre, solo para terminar unas páginas que me tenían preso desde hace unos días; el libro doble que García Falcón tuvo bien en publicar con la editorial Vivirsinenterarse: «París personal & El cielo de Capri«. Ciertamente es un libro que me ha dejado muy satisfecho por algunos momentos y algo expectante por otros. Quizás por eso me veo en la necesidad de escribir mis humildes aprensiones que parten básicamente del asombro. Pues mi intención no es encumbrar o destruir una obra, ni tengo la autoridad ni las ganas. Deseo entonces hacer de este espacio un lugar de recomendación antes que de sentencias.
París personal
Lo que sorprende de este breve cuentario, y puedo asegurar que no solo a mí, es la maestría que posee García Falcón con el lenguaje, la prístina ubicación de los adjetivos y la solvencia con que funcionan sus descripciones, hacen que la apuesta a su lectura sea fructífera desde sus primeras páginas. El libro tiene a modo a obertura el cuento «París era la flor de Coleridge» que utilizando el tópico borgiano de la flor que prueba después de un sueño haber estado en el paraíso, del mismo modo cual viaje onírico a una ciudad que a todas luces se muestra como promesa o paraíso, no de oportunidades, si no de la dulce tragedia del auto exilio literario. El personaje, un escritor y profesor de literatura de mediana edad, decide dejarlo todo, que prácticamente es la nada absoluta en una ciudad como Lima por la inversión de esa otra metrópoli, arquetipo universal del sueño de todo aspirante a escritor: París, que se abre como una promesa, como esa flor azul que se realizaba tangible en las manos del personaje.
El relato claramente es la puerta, o el catalejo si se quiere, que nos permitirá ir sumergiéndonos en la atmósfera de los siguientes cuentos. En «El resplandor de Celine» García Falcón va a evidenciar quizás su verdadero afán en el conjunto de los relatos, la soledad impregnada en sus personajes y su relación con el amor. El amor en libro tiene muchos rostros pero un único propósito, que no puede ser superior a la soledad que se acarrea con los años, que aunque correspondido parece ser que no es del todo llevadera y no por culpa de París sino más bien por las pequeñas tragedias personales de la cual el amor termina siendo víctima, Con la «Flor de Coleridge» uno no termina de convencerse si es que estamos frente a un «gran» libro de relatos, por lo menos a uno «bueno», pero es con «El resplandor de Celine» donde el autor, luce sobrio pero intenso una prosa envidiable. El relato presenta al estudiante de arte que ve fascinado por primera vez la perfección del cuerpo de una modelo, cuyo aspecto que más destaca el narrador es la esbelta y armoniosas formas de Celine, que a pesar de tener más de veinte años su gracia radica en la apariencia adolescente que posee. El relato gira en torno al enamoramiento del joven artista y la extraña modelo y la constante amenaza de ver interrumpido el romance justamente por esas pequeñas tragedias que los personajes van arrastrando a lo largo del libro.
Después de haber sido impregnado con ese final tan riberyano que García no pretende ocultar, pero sí matizar con ese delicado lirismo de su prosa, lirismo que seguramente es impronta suya, nos sumerge nuevamente en la historia de amor de dos latinoamericanos afincados en París, cada uno con diferentes propósitos e historias, en «De un azul purísimo», he de confesar que es el cuento que más me ha agradado, Ivo y Paloma nos regalan una de las historias más bellas que he podido leer en mi corta experiencia como lector, contrastada magistralmente con otra historia de (des)amor la de Tino y Francois, que un estado más avanzado de inclemencia, rabia y frustración termina por ser señal inequívoca de fatalidad. Con un final digno de ser llevada al cine.
A estas alturas uno ya puede estar tranquilo por apostar a su lectura, con «De un azul purísimo» Marco alcanza un techo difícil de superar y que consigue por momentos en los siguientes relatos. De los cuales merece la pena mencionar «Un invierno hospitalario», «Historia de Berenice y el cantante olvidado» y «La verdadera flor de Coleridge». Del primero diremos que sorprende la ironía, el humor triste y el clásico enclaustramiento que raya con lo absurdo pero que da pie a una serie de situaciones que la justifican de sobremanera. Esta vez no hay dos amantes entregados al (desa)sosiego, más bien diría que es donde el autor desarrolla mejor su idea de soledad. Otro latino, peruano al igual que Ivo, que trabaja como traductor, ve interrumpida su monotonía con un extraño trastorno «llevaba cuatro días sin dormir, fumando como murciélago” termina así internado en el hospital de la rue Réve. Ya dentro, le diagnostican un extraño virus, que por aciertos del destino, un galeno viene estudiando para sustentar una tesis, y que a su vez su labor es congratulada con las apasionadas maneras de la médico principal. Al costado de su cama, se encuentra con un paisano suyo, un anciano de origen un tanto incierto con manías cleptómanas y arrebatos desquiciados pero casi inofensivos, como intentar esconder el pequeño televisor en el inodoro del pabellón o robarle las medias por las noches. Al inicio el joven traductor ve en el anciano peruano una amenaza latente y ante la pregunta de quién es por parte del febril anciano, le responde: Soy escritor y me llamo Jorge Luis Borges, este momento quiebra la tencionalidad del relato, pues a partir de esta experiencia, algo les permite firmar un armisticio tácito, además de unirlos en preciosos momentos de paz, ese algo no podría ser otra cosa que; la literatura.
Otro de los temas que se desprender del libro es pues la metaliteratura, casi todos los relatos tienen a la literatura o al ejercicio literario como hilo conductor. Como lector debo reconocer que el cuento tiene algunos presupuestos que todo artista posee en cuanto a su relación con la humanidad, la locura, la soledad y el desencanto de estar rodeado de tanta inútil e insensible humanidad. El relato es pues una alegoría del encuentro de dos sujetos abandonados en una ciudad que aunque bella y perfecta para contar una historia es inclemente con aquellos que no poseen una rosa de los vientos a cuestas y en su lugar cargan con fantasmas que bien podrían ser ellos mismos, tal como sucede en «Historia de Berenice y el cantante olvidado»
Es la historia de amor, del desamparo, de la soledad que se ha ido acumulando a lo largo de los años y no nos hemos dado cuenta porque alrededor nuestro habitan personajes variopintos que le dan cierto color a las horas, que la vida de otros puede ser la retina en la cual quisiéramos vernos reflejados sin ser conscientes de ello y que el amor o la perfección del amor o que la mejor forma del amor tiene apariencia de fantasma porque nos recuerda que en algún punto de nuestra historia nosotros también mutamos en ello, en fantasmas de nosotros mismos. En este bello relato, tiene a dos peruanos y a un colombiano pintoresco como personajes, yo apostaría una cerveza a que el señor García- quien vive hospedado en el altillo del hotel donde Berenice trabaja como conserje y administradora, sin recalar muy bien cómo llegó a ganarse ese puesto, quizás por la bondad tan parisina del viejecillo dueño del recinto- es un guiño y homenaje a Gabriel García Márquez, pues además de colombiano es un escritor que en opinión del viejecillo dueño del lugar, tiene escritas muchas páginas memorables. El señor García como todo buen escritor está al tanto de las idas venidas de sus vecinos y por el contrario Berenice es una muchacha cotidiana, que se mueve en sentido correcto, dejándose llevar por sus funciones de conserje, todo esto, hasta la irrupción de un extraño sujeto que busca un lugar donde guarecer sabe dios de qué, paga por adelantado y deja así en el señor García una curiosidad animal que saciará con los días, mientras Berenice absorta en sí misma, ve con gracia las manías tan coloridas del escritor colombiano, quien le dice a modo de infidencia días después cuál sería el origen de este enigmático huésped: músico, tenor más precisamente y peruano igual que Berenice. Este descubriendo hace que Berenice se sienta atraída por la figura de este peruano ya entrado en años, siempre callado y quizás por la idea de escucharlo cantar o descubrirlo en su soledad de peruano exiliado, es que intenta un acercamiento a través de ciertos cuidados y métodos para espantar el resfrió. Berenice es pues presa de sus propios fantasmas, de sus propias postergaciones pasionales por tratar de sobrevivir en una ciudad que a veces se muestra gélida y cruel. Sin reparar claro que durante estos años no es más que un espejismo de sí misma, del recuerdo de su madre, de la gracia de la música, de un país lejano, fantasmal que ahora se ha acercado a ella con rostro de hombre solitario con cierto aire romántico, solo para recordarle que siempre estuvo sola incluso desde Perú y en Francia definitivamente las cosas no van cambiar y así se descubrirá, menuda, ligera, desnuda, abandona en una habitación que resulta inmensa como París.
Si algo hay que mencionar que resulte desfavorable para «París Personal» es que en todos los relatos García emplea el mismo registro, diferentes personajes, diferentes narradores pero parecen contados por una misma voz, sin matices en sus formas, todas con el mismo color, quizás esto termina siendo aceptable y casi resulte insignificante con la intencionalidad del último relato, que vendría ser el ancla que sujeta y atraviesa todos los relatos, nuevamente la metalitertura cumple su función unificadora, pues el protagonista es el mismo del primer relato y desde el avión antes de llegar a París ve iniciar la historia que lo llevará a construir los relatos que conformaran «París personal», lo genial del relato «La verdadera flor de Coleridge» es que Marco demuestra con creces que es merecedor de la mejor herencia riberyana y borgiana, lo cotidiano y lo anecdótico aquí se mezclan con lo fantástico y lo surreal, el amor definitivamente tiene dos caras, y una de ellas viene impregnada de sosiegos y pasiones y la otra de irrealidad, de febriles apariciones, angustiantes silencios, de desquicio y fantasmas. Y antes ello, el autor no tiene mejor propuesta que la huida, como buen riberyano, cruzar a la otra orilla, después de haber visto como un promontorio Aleph, a través de una ventana esa irrealidad agobiante que puede resultar ser un Paris tan personal como un sueño que al creerla inexistente nos sorprendemos con una flor de Coleridge en las manos como señal de su arraigada existencia. Es pues «París personal» la mejor flor de Coleridge que Marco García Falcón tiene para demostrar que es un narrador de oficio y talento.
Danny Barrenecha: poeta y profesor de literatura. Fue miembro de la revista literaria Distopía Literaria. Autor del libro de poemas «Naufragios».